Había un hombre sabio muy famoso que frecuentemente era contratado por las universidades para dictar conferencias y seminarios, este hombre tenía automóvil pero no le gustaba conducir, así que contrató los servicios de un chofer.
Después de un tiempo de ir y venir de distintas universidades, el sabio le comentó al chofer cuan aburrido le resultaba hacer lo mismo una y otra vez, repetir lo de siempre le había aburrido al punto de querer renunciar a lo que hacía.
“Si quiere”, le dijo el chofer, “le puedo sustituir por una noche. He oído su conferencia tantas veces que la puedo recitar palabra por palabra.”
El sabio le tomó la palabra y antes de llegar al siguiente lugar, intercambiaron sus ropas y el sabio se puso al volante. Llegaron a la sala donde se iba a celebrar la conferencia y como ninguno de los académicos presentes conocía a este erudito, no se descubrió el engaño.
El chofer expuso la conferencia que había oído repetir tantas veces al sabio. Al final, un profesor en la audiencia le hizo una pregunta. El chofer no tenía ni idea de cuál podía ser la respuesta, sin embargo tuvo un golpe de inspiración y le contestó:
“La pregunta que me hace es tan sencilla que dejaré que mi chofer, que se encuentra al final de la sala, se la responda”.
Después de un tiempo de ir y venir de distintas universidades, el sabio le comentó al chofer cuan aburrido le resultaba hacer lo mismo una y otra vez, repetir lo de siempre le había aburrido al punto de querer renunciar a lo que hacía.
“Si quiere”, le dijo el chofer, “le puedo sustituir por una noche. He oído su conferencia tantas veces que la puedo recitar palabra por palabra.”
El sabio le tomó la palabra y antes de llegar al siguiente lugar, intercambiaron sus ropas y el sabio se puso al volante. Llegaron a la sala donde se iba a celebrar la conferencia y como ninguno de los académicos presentes conocía a este erudito, no se descubrió el engaño.
El chofer expuso la conferencia que había oído repetir tantas veces al sabio. Al final, un profesor en la audiencia le hizo una pregunta. El chofer no tenía ni idea de cuál podía ser la respuesta, sin embargo tuvo un golpe de inspiración y le contestó:
“La pregunta que me hace es tan sencilla que dejaré que mi chofer, que se encuentra al final de la sala, se la responda”.
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